La segunda temporada de 'True Detective' ha traído una polémica decepción de sus seguidores. Veamos si este sentimiento generalizado tiene razón de ser.
Lo que ocurrió con la primera temporada de True Detective fue amor a primera vista para muchísimos espectadores: su negrura, sus personajes maltratados por sus propias decisiones y por la vida misma, el misterio de un escurridizo asesino en serie en la América profunda de Louisiana, la basura que encuentran entre las autoridades, la narración in media res, el buen pulso, algunas secuencias formidables y su implacabilidad dejaron huella en la audiencia.
Así, se esperaba mucho de la segunda temporada, que ya ha concluido y que, en realidad, del mismo modo que cada una de las de American Horror Story, es una serie distinta, con otra historia y otros personajes. Y parece que la decepción ha sido la tónica general entre los espectadores. Pero ¿tiene esto razón de ser?
De Rust Cohle a Ray Velcoro
Los principales problemas que muchos seguidores de esta serie de la aclamada HBO han visto en su segunda temporada radican, primero, en la elección del reparto, pues no les han agradado en absoluto las actuaciones de Taylor Kitsch, Vince Vaughn y Kelly Reilly, que consideran planas; y después, en unos diálogos que se les han hecho interminables, sin un rumbo definido, y unas explicaciones hueras que, según ellos, han servido más para sembrar la confusión que para clarificar las motivaciones criminales episodio tras episodio.
Es bien cierto que, en algunos momentos, resulta difícil seguir el hilo de la investigación sobre el asesinato del Gerente de la ciudad californiana de Vinci, trasunto de Vernon, un municipio del mismo estado que arrastra la losa de la corrupción política, porque las aclaraciones se sirven demasiado rápido en algunas conversaciones. Pero hay que estar muy despistado para no comprender todo lo ocurrido mucho antes de que la serie termine. Y esos diálogos que a no pocos se les han antojado desnortados y ni fin, en realidad son tan trascendentales, sutiles y generosos como los de la primera temporada, que para eso los ha escrito también Nic Pizzolatto, creador de la serie; con una salvedad: carecen del trasfondo filosófico que el personaje del detective Rust Cohle le daba a cada una de las palabras que salían de su boca, un trasfondo pesimista y de un nihilismo recalcitrante queLa segunda temporada de 'True Detective' carece de la gran entidad de un personaje como Rust Cohle
olía, como mínimo, a Schopenhauer y a Nietzsche, y que aquí se sustituye por las reflexiones terrenales y la amargura vital del también detective Ray Velcoro y del mafioso Frank Semyon, sobre todo.
Y es precisamente el personaje de Cohle, interpretado a la perfección por Matthew McConaughey, lo que hace subir enteros la primera temporada respecto de la segunda, que carece de uno con su enorme entidad, por su intelecto agudo e inusitado, sus comentarios insolentes y su molesta rebeldía. De hecho, los estudios que se han publicado acerca del primer ciclo de True Detective gastan páginas y páginas analizándole porque es el espíritu esencial de la primera temporada. Y su compañero Martin Hart, rudo y no muy dado a delicadezas filosóficas y encarnado buenamente por Woody Harrelson, es el contrapunto perfecto de Cohle.
La labor interpretativa de Colin Farrell como Velcoro y de Rachel McAdams como la sheriff Ani Bezzerides es la mejor y más llena de matices de esta segunda temporada, y Taylor Kitsch como el patrullero Paul Woodrugh, Vince Vaughn como el mafioso Semyon y Kelly Reilly como su esposa Jordan cumplen con su cometido sin brillantez, sin merecer elogios encendidos pero tampoco semejante desprecio.
Aunque, como digo, no tiene a nadie como Cohle, Cary Fukunaga no dirige ningún episodio y figura como productor poco ejecutivo y no se han decidido por ninguna filigrana narrativa, sin un plano secuencia como el del “Who Goes There”, en la primera temporada, y pudiendo haberla montado con los mismos saltos temporales a partir del determinante y tremendo tiroteo de “Down Will Come”, esta segunda temporada cuenta con prácticamente los mismos ingredientes que la primera en sus ocho episodios: la atmósfera enrarecida, aunque en este caso urbana en vez de A la primera temporada se la sobrevaloró bastante, y la decepción con la segunda, algo inferior, ha sido el reconocimiento de la realidad
rural, la negrura del relato, los personajes a los que la vida les ha pateado el trasero, el enigma de un asesinato cuya investigación saca a la luz la podredumbre de los poderosos, un ritmo eficaz y escenas y secuencias tan potentes como la del primer encuentro o confluencia de Velcoro, Bezzerides y Woodrough en “The Western Book of the Dead”, el mencionado tiroteo del cuarto episodio o las decisivas de Velcoro, Semyon y Bezzerides en “Omega Station”, puede que con algo menos de virtuosismo que en la primera temporada debido a la ausencia de Fukunaga tras las cámaras.
Con todo, soy de la opinión de que a la primera temporada se la colocó en la estratosfera cuando, a pesar de sus indiscutibles bondades, no merecía tal exceso, y tras las grandes expectativas por la segunda, que ha resultado algo inferior, los espectadores se han dado de bruces con la realidad. Y, como es más que probable que haya una tercera si los que aportan la pasta tienen además dos dedos de frente, ahora prefiero centrarme en las posibilidades de lo bueno y mejor que puede estar por venir.
Agradecemos a César Noragueda
Fuente: http://bit.ly/1l2tCZH
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